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¿Cómo puede afectar el cambio climático a nuestra dieta?

El calentamiento global es sinónimo de complicaciones para nuestros cultivos básicos. ¿Pueden los científicos obtener por mejora genética variedades resistentes? ¿O deberíamos actualizar nuestros menús? El fitogenetista Etienne Bucher separa el trigo de la paja.

Alimentos y recursos naturales icon Alimentos y recursos naturales

A medida que el cambio climático altera la lluvia y las temperaturas, y provoca olas de calor y sequías, la calidad y cantidad de los cultivos se ven afectadas. Ese cambio de rendimiento podría suponer un grave riesgo para la seguridad alimentaria de la creciente población mundial. Una opción es cambiar los cultivos que se siembran en cada lugar; otra, crear cultivos más resilientes. ¿Pero hasta dónde podemos llegar? ¿Y cuáles serían las repercusiones para la dieta humana?

¿Cuán preocupante es la situación actual?

Hay indicios de que el progreso de algunas de las grandes iniciativas para aumentar el rendimiento de los cultivos durante las últimas décadas se está ralentizando. «El rendimiento del trigo solía aumentar una media de entre un 1 y un 1,5 % al año», comenta Bucher. «Parece que se ha estabilizado y se prevé que las líneas genéticas del trigo pierdan casi un 4 % de rendimiento por cada grado centígrado que aumente la temperatura». El cambio climático incrementa la variabilidad del clima, lo cual provoca que los fitomejoradores duden entre dar prioridad a la tolerancia a las sequías, las inundaciones o las enfermedades. Bucher ha investigado la manera de crear cultivos básicos resilientes al clima, por ejemplo arroz y trigo, basándose en cómo cambian de posición los genomas vegetales en respuesta a tensiones relacionadas con el clima. El equipo de Bucher comprobó un nuevo método de fitomejoramiento con trigo, arroz y soja, en condiciones simuladas de calor extremo y sequía. «Obtuvimos buenos resultados con el arroz y el trigo, pero la soja se nos resistió. Es posible que funcione con una gama más amplia de variedades de soja o con tratamientos diferentes», explica Bucher. Pero, aunque estos métodos de fitomejoramiento resulten efectivos, ¿hay un punto a partir del cual, al deber sacrificar algo, por ejemplo el sabor, deja de ser interesante? En el fitomejoramiento clásico, cuando nos centramos en los rasgos deseados, se reduce la eficiencia en general. Si se combina una variedad de cultivo selecta con una variedad antigua, por ejemplo para aportar resistencia a enfermedades, se pierden prácticamente todas las ventajas acumuladas por la variedad selecta. Para su recuperación sería necesario cruzar repetidamente, durante años, la variedad obtenida con material selecto. En consecuencia, utilizar la diversidad genética ya existente en bancos genéticos es un proceso lento y tedioso. «El fitomejoramiento tradicional consiste en el llamado ensayo y error. Los nuevos métodos de mejora, como el nuestro, aceleran el proceso y permiten traspasar una característica interesante de una variedad antigua directamente a otra nueva, sin cruzarlas», añade Bucher. La edición genética también constituye cada vez más una alternativa para los fitomejoradores.

¿Cómo afecta esto a nuestra dieta?

Con tantas variables en juego, resulta difícil saber dónde se encuentran los límites de la adaptación de los cultivos. «Sin duda, existen límites que no pueden superarse, pero debemos llevarlos lo más lejos posible», agrega Bucher. La buena noticia es que la necesidad sí que podría agudizar el ingenio. «De hecho, las nuevas técnicas de fitomejoramiento podrían aumentar la diversidad de plantas cultivadas. Por ejemplo, nos permitirían domesticar por primera vez la «Gundelia», una especie de cardo comestible o pariente lejano del arroz y el tomate. Así disfrutaríamos de una dieta más variada y una mayor biodiversidad agrícola», observa Bucher. Además, también podría ser beneficioso para la seguridad alimentaria europea, especialmente en relación con las proteínas de origen vegetal, dado que en la actualidad Europa importa más de treinta millones de toneladas de soja, principalmente para alimentar al ganado. «Eso no es sostenible. Me sorprende la falta de inversión europea en métodos innovadores de fitomejoramiento. Debemos adaptar rápidamente los cultivos a las diferentes regiones climáticas de Europa», añade Bucher.

Más allá de la agronomía

La reciente guerra en Ucrania no solo ha reducido la disponibilidad de trigo, sino que también ha provocado un aumento drástico de los precios de la energía, lo que ha influido a su vez en la producción de otros alimentos. En Europa, esto se ha notado sobre todo en las verduras, las hortalizas y la fruta, esenciales para una dieta saludable, pero dependientes de grandes cantidades de energía. «El precio de los tomates se ha disparado entre un 32 y un 67 %, en gran medida a causa del incremento del coste de calentar los invernaderos. Para afrontar la situación, podríamos mejor la tolerancia al frío de los tomates. Los nuevos métodos de fitomejoramiento de cultivos presentan un enorme potencial y deberíamos aprovecharlo para aumentar la seguridad alimentaria europea», prosigue Bucher. Sin embargo, teniendo en cuenta las considerables emisiones de gases de efecto invernadero de la agricultura, quizá también proceda plantear la pregunta inversa: ¿cómo puede influir nuestra dieta en el cambio climático? «Simplemente consumiendo menos carne, produciríamos un gran impacto. Por suerte, parece que las generaciones más jóvenes ya lo están haciendo. La respuesta debe ser múltiple», concluye Bucher. Haga clic aquí para obtener más información sobre la investigación de Bucher: Creación de una nueva generación de cultivos resilientes al clima

Palabras clave

BUNGEE, trigo, arroz, cultivos, cambio climático, mejora genética, agricultura, soja