Contar una historia, proteger el planeta
Nuestro planeta afronta varias amenazas importantes. El cambio climático y el colapso de la biodiversidad encabezan la lista. En muchos casos, los métodos empleados para abordar estos problemas fundamentales, sobre todo por los gobiernos y la comunidad científica e investigadora, no tienen eco en la sociedad. Un equipo de investigadores de la Universidad de Exeter (Reino Unido) sostiene que involucra al público transformando un lenguaje farragoso, difícil y distante en una comunicación más personal, emotiva y narrativa puede inspirar acciones reales para hacer frente a las crisis. Su estudio se publicó en la revista «People and Nature»(se abrirá en una nueva ventana).
El lado humano de la ciencia
Los investigadores exigen un cambio hacia la narrativa en la ciencia, sobre todo en la comunicación científica medioambiental. «Como científicos medioambientales, sentimos frustración, sensación de pérdida, miedo y, a veces, impotencia ante la inacción para proteger el planeta», comentó la climatóloga Karen Anderson, del Instituto de Medio Ambiente y Sostenibilidad de la Universidad de Exeter, en una nota de prensa(se abrirá en una nueva ventana). «Así las cosas, se espera que los investigadores sean racionales, no emocionales, por temor a que se les considere menos objetivos y dignos de confianza. Ello impide a los científicos utilizar sus conocimientos, su pasión y su capacidad creativa para comunicar plenamente su trabajo». La climatóloga Katherine Crichton, profesora asociada del Departamento de Geografía de la Universidad de Exeter, añadió: «Los métodos de comunicación existentes no han funcionado: la degradación de nuestro clima y del mundo natural continúa. Tenemos que probar algo diferente. Las historias inspiran a los seres humanos. Al contar mejores historias, los científicos pueden contribuir a inspirar acciones significativas para protegernos a nosotros mismos salvaguardando nuestro medio ambiente y el planeta». En el estudio se probaron tres nuevos modelos de comunicación para escritores científicos. Esas líneas de acción tienen como objetivo diversificar la comunicación científica medioambiental. La escritura científica actual se basa en los métodos de los científicos filántropos de los siglos XVII y XVIII: intelectuales económicamente independientes que se dedicaban al estudio científico como pasatiempo. «Está claro que esa forma de escribir tiene su lugar, pero no solo debatimos aspectos técnicos de la ciencia por interés académico», comenta Crichton. «Todo el mundo debería interesarse por la crisis climática y la crisis de biodiversidad; estamos hablando de nuestro hogar, y ese tema es demasiado importante para confinarlo en las revistas científicas».
¿Tienes una historia que contar?
Ángela Gallego-Sala, catedrática del Departamento de Geografía de la Universidad de Exeter, manifestó: «Estudiamos estos ecosistemas porque los amamos, pero se espera que nos desliguemos de nuestros sujetos de estudio. En casi todas las comunicaciones de nuestro trabajo, el científico permanece “enmascarado»; una fuente desapasionada de datos y análisis. De hecho, como científicos todos tenemos historias que contar sobre nosotros mismos, las personas con la que trabajamos y los lugares en los que trabajamos, y estas historias podrían tener una gran importancia». Los autores instan a experimentar. «Hay muchos otros trabajos de investigación que abogan por la narración científica», concluye Anderson. «El problema es que estos otros estudios no demuestran cómo se puede hacer. Nuestro artículo trata de mostrar las distintas formas en que los científicos pueden experimentar con métodos de comunicación más creativos. Entendemos que pueda resultar extraño hacerlo, pero esperamos que otros científicos estén dispuestos a intentarlo. Es el comienzo de otro tipo de experimento: un experimento con historias».