El legado del genocidio nazi de romaníes en Bielorrusia y Lituania
En la Unión Soviética ocupada por Alemania, que incluía a Bielorrusia y Lituania, la mayoría de los romaníes no eran trasladados a campos de concentración, sino que eran ejecutados inmediatamente por los soldados nazis o por colaboradores de la policía local. Tras la guerra, en la Unión Soviética, las víctimas del genocidio nazi de romaníes y judíos se clasificaron simplemente como «víctimas del fascismo», junto con otros no combatientes. Desde entonces, han surgido los discursos nacionales de la Segunda Guerra Mundial: de heroísmo prosoviético en Bielorrusia y de resistencia antisoviética en Lituania. Ambos hacen caso omiso de los romaníes. El proyecto ROMPAST, con el apoyo de las Acciones Marie Skłodowska-Curie, estudió el modo en que se desarrolló la memoria social de los romaníes en ambos países. «Los prejuicios persistentes contra los romaníes, su bajo estatus social y la falta de recursos dificultan su inclusión en la memoria nacional. Para la mayoría de las personas que he conocido, la conmemoración sigue siendo un lujo», explica la investigadora Volha Bartash, del Instituto Leibniz para Estudios sobre Europa Oriental y Sudoriental, entidad anfitriona del proyecto. Bartash descubrió que, mientras la pertenencia de Lituania a la Unión Europea había fomentado una conmemoración más pública, en Bielorrusia los romaníes todavía suelen recordar a los familiares que perdieron en el genocidio en actos celebrados en la intimidad familiar y comunitaria. Hasta el momento, los resultados del proyecto se recogen en cuatro publicaciones.
Más allá de un legado limitador
Los numerosos romaníes asesinados en el Este fueron enterrados en fosas comunes sin identificar en los bosques y campos de la zona. Durante la era soviética, no se dio prioridad a la documentación de este genocidio y el impacto de esa omisión todavía se deja notar a día de hoy. «Por ejemplo, un legado soviético compartido por ambos países es que deben existir pruebas en los archivos para que concedan un permiso para un monumento conmemorativo, algo que resulta imposible de cumplir para los romaníes», explica Bartash. La investigación de campo de Bartash destaca la importancia de los «agentes de la memoria», incluidos académicos, activistas locales, ONG e iglesias, que se esfuerzan por preservar la memoria «perdida». Fue una red de ese tipo la que respaldó a la comunidad romaní lituana en su lucha por obtener un reconocimiento oficial. Gracias a sus esfuerzos, el Parlamento lituano (Seimas) reconoció oficialmente el genocidio nazi de los romaníes, así como el Día de Conmemoración del Holocausto Romaní (2 de agosto) en el calendario de festivos nacionales de 2019. En Bielorrusia, el trabajo de Bartash aborda la transformación de un «lugar de memoria» en Navasyady. Allí, en 1942, asesinaron a una familia de cuarenta y dos romaníes y a un allegado judío. Bajo el régimen soviético, se marcó la fosa común con una lápida conmemorativa «en memoria de las víctimas del fascismo», pero se omitió su origen étnico. Así permaneció hasta la década de 1990, cuando una superviviente erigió un monumento en memoria de su familia. El artículo de Bartash trata la historia de la familia y la respuesta local positiva ante la transformación del lugar.
El valor de las iniciativas locales
Bartash entrevistó a activistas y familias romaníes, además de visitar cinco lugares conmemorativos durante tres viajes a Bielorrusia y Lituania. Colaboró estrechamente asimismo con ONG romaníes y pudo disfrutar de las aportaciones de académicos, museos, educadores y responsables políticos. A menudo la sociedad ve a los romaníes como personas sin un lugar de origen, sin una historia. Pero, como demuestran los archivos, los romaníes llevan viviendo en Bielorrusia y Lituania desde finales del siglo XV, por lo que forman parte de la historia de ambos países. A pesar de ello, la historia romaní rara vez está representada en los museos locales o los libros conmemorativos. «Es difícil que las experiencias de personas excluidas históricamente perduren en las memorias nacionales, por eso debemos respaldar los proyectos locales», añade Bartash. «He consultado con responsables políticos y organizaciones públicas, pero lo que más me enorgullece es haber colaborado con iniciativas a pequeña escala, por ejemplo, mediante materiales para exposiciones en museos escolares y profesores».
Palabras clave
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