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An EU-wide farm network demonstrating and promoting cost-effective IPM strategies

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Una red de explotaciones agrícolas demuestra los beneficios de la reducción del uso de plaguicidas

Situar a los agricultores en el centro de la transición hacia la reducción del uso de plaguicidas es la mejor forma de lograr el cambio.

El uso excesivo de plaguicidas químicos puede tener un impacto perjudicial en el medio ambiente, la biodiversidad e, incluso, la salud humana. Así lo reconoce la Unión Europea en la Estrategia «De la Granja a la Mesa»(se abrirá en una nueva ventana), que fija objetivos de gran calado para reducir la dependencia europea de los plaguicidas. Una forma de lograr esos objetivos es promover el control integrado de plagas (CIP o IPM, por sus siglas en inglés). Esta práctica consiste en hacer frente a enfermedades, plagas y malas hierbas a través de una serie de medidas complementarias como, por ejemplo, una mejor gestión de las tierras y los cultivos. De este modo, se puede reducir de forma drástica el uso de plaguicidas químicos. «Así las cosas, uno de los retos consiste en consensuar una definición clara y práctica del CIP, que esté en consonancia con el objetivo de reducir la dependencia de los plaguicidas químicos», comenta el coordinador del proyecto IPMWORKS(se abrirá en una nueva ventana), Nicolas Munier-Jolain, del Instituto Nacional de Investigación Agronómica, Alimentaria y Ambiental (INRAE, por sus siglas en francés(se abrirá en una nueva ventana) de Francia.

Los agricultores en el centro de la transición al CIP

El proyecto IPMWORKS, financiado con fondos europeos, tenía por objeto ofrecer una mejor definición del CIP, demostrando en la práctica los beneficios medioambientales y económicos de las estrategias de CIP, y situando a los agricultores en el centro de la transición al CIP. «La metodología que utilizamos para promover el CIP se basó en el aprendizaje entre iguales, a través de una red de veintidós agricultores centros(se abrirá en una nueva ventana) de agrarios en trece Estados miembros, así como en Serbia, Suiza y el Reino Unido», explica Munier-Jolain. «Trabajamos con agricultores pioneros para demostrar cómo el CIP puede ayudar a ahorrar costes al mismo tiempo que se cultivan productos saludables». Estos centros, que también trabajaban en red con centros nacionales que ya demostraban el CIP, reunían a grupos de agricultores locales voluntarios (normalmente entre diez y quince) para reunirse y debatir sobre estrategias de CIP y compartir conocimientos. Cada centro estaba coordinado por un «entrenador del centro», que organizaba reuniones, invitaba a especialistas y facilitaba la adopción del CIP.

Desarrollar una definición clara del CIP

Se llevaron a cabo encuestas para evaluar el éxito de diversas medidas de CIP (por ejemplo, cuánto se redujo el uso de plaguicidas químicos) y conocer el grado de satisfacción de los agricultores. Además, se publicaron diversas fichas informativas(se abrirá en una nueva ventana), informes sobre casos de éxito y documentos de orientación política. Las lecciones aprendidas y los comentarios recogidos en los centros permitieron al equipo del proyecto elaborar una definición clara del CIP, tanto en cuanto a sus objetivos como a su aplicación práctica. «El objetivo del CIP debe ser obtener cultivos sanos, evitar pérdidas de rendimiento causadas por plagas y, al mismo tiempo, reducir drásticamente nuestra dependencia de los plaguicidas y el impacto que estos pueden tener», comenta Munier-Jolain.

Gestión del paisaje y aplicación de la tecnología

Se identificaron cinco pilares clave del CIP para su aplicación. El primero, la gestión del paisaje, podría consistir en plantar setos, gramíneas y flores para atraer a organismos beneficiosos que se alimenten de las plagas. El segundo, la reconfiguración de los sistemas de cultivo, consiste en reducir la presión de plagas, malas hierbas y enfermedades mediante una rotación de cultivos más diversificada, el uso de variedades más resistentes y otras medidas adicionales. En tercer lugar, deben considerarse soluciones no químicas, como el control biológico o la escarda mecánica. El cuarto pilar son los sistemas de apoyo a la toma de decisiones, que permiten evitar tratamientos innecesarios. Y, por último, la tecnología puede emplearse para maximizar la eficacia de los tratamientos, por ejemplo, aplicando herbicidas solo en las zonas donde haya presencia localizada de malas hierbas. El plan ahora es mantener esta red de explotaciones agrícolas y ampliar el número de agricultores participantes. «Aún no hemos llegado a todos los Estados miembros, así que todavía hay margen para crecer», agrega Munier-Jolain. «Lo ideal sería contar con financiación para coordinar estos centros a nivel europeo, algo fundamental para organizar el trabajo y ofrecer formación a los agricultores».

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