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Connecting neuronal network activity with regional specificity for Alzheimer pathology: a multi-modal neuroimaging approach

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Unas proteínas clave del cerebro permiten identificar los primeros signos de la enfermedad de Alzheimer

Trazar un mapa de las proteínas clave del cerebro mediante técnicas avanzadas de neuroimagen podría mejorar la detección precoz del deterioro cognitivo y de la enfermedad de Alzheimer.

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Todavía no se conoce la causa exacta de la enfermedad de Alzheimer, aunque investigaciones recientes muestran que es posible identificar la enfermedad por la acumulación de dos proteínas en el cerebro: la beta-amiloide (Aβ) y la tau. El proyecto CONNECT, financiado en el marco de las acciones Marie Skłodowska-Curie de la Unión Europea, pretendía: «Identificar los cambios cerebrales medibles más precoces que indican la acumulación de dichas proteínas. Así, podemos utilizar esta información para predecir quién tiene más posibilidades de desarrollar la enfermedad de Alzheimer en un futuro», explica Heidi Jacobs, profesora adjunta en la Escuela de Salud Mental y Neurociencia de la Universidad de Maastricht, en los Países Bajos. Ahora los científicos ya saben que estas proteínas se acumulan en el cerebro entre veinte y treinta años antes de que empiecen a manifestarse los primeros síntomas clínicos de Alzheimer, como la pérdida de la memoria, la confusión o la desorientación. Datos procedentes de autopsias muestran que las proteínas tau empiezan a acumularse alrededor de los veinte años en una región minúscula, escondida en el tronco encefálico, conocida como «locus coeruleus», que significa «punto azul» en latín, debido a que sus células pigmentadas presentan un color azul en la autopsia. A medida que las personas envejecen, la taupatía se desplaza hacia las regiones cerebrales esenciales para el funcionamiento de la memoria, explica Jacobs. Por otra parte, hacia los 50 o 60 años, las proteínas Aβ empiezan a acumularse y se desplazan en sentido contrario. Aparecen en una zona superior del córtex o en capas más externas del cerebro y alcanzan el tronco encefálico en estadios avanzados de la enfermedad. Según Jacobs, los neurocientíficos creen que estas dos proteínas interactúan y que ello provoca disfunciones detectables de la cognición. «Los cambios en el “locus coeruleus” podrían presagiar un deterioro cognitivo o la enfermedad de Alzheimer, pero debido a su ubicación es difícil examinarlo mediante métodos comunes de imagenología», explica.

Investigar el «locus coeruleus»

Jacobs trabajó anteriormente como investigadora en el Massachusetts General Hospital de Boston (Estados Unidos), afiliado a la Escuela de Medicina Harvard, donde se desarrolló un método específico mediante imágenes de resonancia magnética (IRM) para observar el «locus coeruleus». «Gracias a este método fuimos capaces de determinar sus propiedades estructurales relativas a la cantidad de neuronas», explica Jacobs. «Es aquí donde observamos las primeras consecuencias de la acumulación de tau, incluso antes de que haya Aβ ni ningún tipo de síntoma clínico». Mediante otra tecnología avanzada de neuroimagen, la tomografía por emisión de positrones (PET, por sus siglas en inglés), en la cual se utiliza un trazador radioactivo que se ilumina cuando se une a dichas proteínas en el cerebro, el equipo descubrió que una cantidad inferior de neuronas en el «locus coeruleus» está asociada a una mayor presencia de tau. «Este fenómeno se había observado en estudios “post mortem”, pero todavía no se había puesto de manifiesto en el escáner encefálico de una persona viva», destaca Jacobs.

Una imagenología más sofisticada

«A medida que la enfermedad avanza, cuando las personas también presentan un aumento de las Aβ o cuando se observan síntomas clínicos de la enfermedad de Alzheimer, dichas asociaciones se hacen más fuertes». Las personas con una peor integridad del «locus coeruleus» y una patología menor de las Aβ muestran un deterioro más rápido de la memoria con el tiempo, en comparación con aquellas personas que tienen más neuronas y menos Aβ. «Parece que estos dos elementos están relacionados», afirma. Se utilizaron datos sobre rendimiento cognitivo, incluidas pruebas de memoria recogidas durante diez años por el estudio Harvard Aging Brain Study de Estados Unidos, para observar el deterioro de las personas a lo largo del tiempo. La cohorte se componía de 300 personas de entre 50 y 80 años, todas ellas sanas desde un punto de vista cognitivo al principio del estudio longitudinal. Actualmente, el equipo está utilizando el escáner de IRM de alto campo de la Universidad de Maastricht, ya que dispone de un campo magnético más elevado que un escáner normal, para observar de cerca el «locus coeruleus» y los cambios de densidad neuronal en personas de tan solo treinta años. «Lo interesante es combinar las dos técnicas, puesto que la PET nos aporta información sobre la naturaleza molecular del cerebro, mientras que la IRM nos da detalles sobre la estructura y la función cerebral», concluye Jacobs.

Palabras clave

CONNECT, enfermedad de Alzheimer, beta-amiloide, tau, salud mental, neurociencia, memoria, pérdida de memoria, tronco encefálico, deterioro cognitivo, envejecimiento, neuroimagen, IRM, PET

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