La pandemia de gripe de 1918 proporciona claves sobre los factores sociales que hay detrás de su propagación
El proyecto DIS2 estudió la discapacidad como un factor de riesgo durante la pandemia de gripe de 1918, que afectó a una tercera parte de la población mundial y acabó con la vida de millones de personas, para intentar comprender tanto las causas biológicas como sociales de las diferencias en el número de casos y muertes. «Posteriormente, esperamos que podamos utilizar estos conocimientos para aportar información para la preparación frente a las pandemias actuales», explica la investigadora Jessica Dimka, colíder del Centro de Investigación de Pandemias y la Sociedad en la Universidad Metropolitana de Oslo (Noruega). «Es evidente que no esperaba la pandemia [de COVID-19]», añade, tras haber empezado este proyecto de investigación de dos años en junio de 2019 con el apoyo de las Acciones Marie Skłodowska-Curie. Esto hizo que el trabajo fuera incluso de más interés. La actual pandemia de COVID-19 también ha puesto de relieve la importancia de las condiciones subyacentes a la evolución de la enfermedad, señala.
Cómo se propagó la gripe de 1918
Dimka indagó en los Archivos Nacionales de Noruega, que cuentan con registros del censo e informes de hospitales psiquiátricos e internados para niños con discapacidad. A continuación, investigó en la base de datos demográficos del Centro para la Investigación Demográfica y sobre el Envejecimiento (CEDAR) de la Universidad de Umeå (Suecia), que incluye registros de parroquias de 1918 sobre la población general, para compararlos con una mayor exposición a la gripe de 1918. «En casi todos los informes se consideró que la enfermedad fue introducida en estas instituciones por un empleado. Esto es lógico, ya que son los que están en la comunidad —señala Dimka—. «Había informes en los poco más de la mitad del personal notificó casos, mientras que alrededor del 25 % de los pacientes se vieron afectados». Sin embargo, los pacientes de instituciones tenían una mayor probabilidad de morir de la enfermedad, con una tasa de mortalidad del 10 % en comparación con la del 1 % de entre el personal. «Esto muestra cierta susceptibilidad de los pacientes. Tenían menos probabilidades de estar expuestos a la enfermedad o de desarrollarla, pero cuando la contraían, era más probable que fallecieran», destaca Dimka, antropóloga biológica. A partir de los registros de la base de datos, la investigadora determinó que los que padecían alguna discapacidad psiquiátrica e intelectual tenían una mayor probabilidad de morir. Sin embargo, no había ninguna diferencia con los demás tipos de discapacidad, incluidas las físicas, en comparación con las personas sin discapacidad.
Modelo de simulación
Se utilizaron datos conductuales y demográficos basados en la investigación histórica para crear un modelo de simulación informático de una escuela de niños con discapacidades similares a las de los archivos noruegos. «Tenía distintos espacios, como clases, dormitorios y espacios exteriores, y yo tenía información sobre sus actividades diarias —explica Dimka—. Se introdujo la enfermedad [en el modelo] para ver la forma en que se propaga, mediante la elaboración de modelos de distintos comportamientos como cambiar el primer enfermo y cambios en distintos parámetros de la enfermedad». «El modelo mostró que, si el primer paciente era un miembro del personal, los casos entre el personal se propagaban antes. Pero si los alumnos la contraían primero, la enfermedad se propagaba rápidamente y luego afectaba al personal un poco más tarde. Esto nos ofrece información sobre qué se debería hacer para intentar detener la propagación de una epidemia limitando introducciones», añade. Este proyecto fue el primero en centrarse en la discapacidad como factor de riesgo para la mortalidad y la morbilidad durante pandemias históricas, explica. «Esto ayuda con las pandemias actuales o futuras: no se puede pensar únicamente en los factores de riesgo médicos, sino también en cómo estos interactúan con factores sociales».
Palabras clave
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